¡Adicto Total!
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Publicado: Friday 02 de September de 2011, 13:53
Este escrito demuestra lo importante que puede llegar a ser identificar las señales de calma.Hola, soy vigilante de seguridad, guía canino. No hablaremos sobre las condiciones de vida de los efectivos caninos en el binomio de seguridad. Son obvias, como también lo serán las posturas críticas de los que respetamos la vida en este acuario que le dicen Tierra. Yo sólo trato de hacer más llevadero en lo que pueda el calvario de los desahuciados. Pero quiero compartir una experiencia de comunicación que me maravilló al poner en práctica las orientaciones sobre las llamadas señales de calma.Mi pareja de servicio (una pastora alemana dulce y encantadora) permaneció unos días de baja por una dermatitis de la que no quiero decir las causas. Mientras tanto, se me iban asignando perros diferentes como pareja de servicio. Un día me tocó X (evitaré los nombres para no poder establecer relaciones). Es un Pastor Alemán conocido entre el grupo de vigilantes por su mala leche, de trato difícil para cualquier guía que no fuera el suyo habitual, siempre huraño, gruñendo y ladrando a todo aquel que se interceptara en su mirada. A muchos le daban miedo sus amenazas y rechazaban tenerlo como compañero de servicio.Aquel día, su guía habitual tenía fiesta y al perro se la quitaron para reemplazar la baja de mi compañera. Al llegar al habitáculo donde esperan los perros, cada uno recluido en su transportín particular, y ver el nombre de X asociado a mi me sentí embargado de una gran responsabilidad. Por suerte ya no quedaban más efectivos caninos para salir y quedábamos él y yo solos en el cuarto, él acostado en el transportín, con su hocico en el suelo, mirándome de reojo y las orejas recogidas sobre su cráneo, apuntando hacia atrás. Haciendo memoria de las señales de calma intenté usarlas:Abrí la puerta y me adentré mirando al suelo, poco a poco, y meneando la cabeza a un lado y a otro para terminar, pasando por delante de mi compañero, sentado en el transportín de al lado. Lógicamente, cada sacudida de la cabeza que hacía a un lado y a otro había un momento en que mi mirada se desplazaba por encima del perro y yo aprovechaba para irme haciendo una composición de su estado. Con la descripción hecha arriba, sin mover un músculo y los pelos erizados, seguía con los ojos el desplazamiento de mi cuerpo. Al sentarme, aún sin el más mínimo movimiento, con su hocico pegado al suelo girado hacia mí y los ojos levantados hacia arriba, no sabía yo cuál sería el mejor momento para dirigirme hacia él sin que comenzara una sinfonía de gruñidos. Fui optimista y pensé: hasta ahora la cosa ha ido bien. Me quedé quieto, volví la cabeza hacia él, le miré a los ojos y esperé que se levantara de golpe y disparara su cuerpo contra las paredes que le contenían intentando llegar con sus dientes sobre mi presencia. Pero no, no fue así, me retiró la mirada, que de forma intermitente volvía a encontrar con la mía, y ablandó sus pelos. Mis señales de calma parece que fueron aceptadas. Vi el momento de abrirle la puerta del transportín y lo hice. Con un aire de resignación (interpretación del todo subjetiva) hizo un soplido para seguir con sus miradas de reojo intermitentes, aunque no hizo ningún intento por salir. Con suavidad pronuncié su nombre y, por un momento, levantó los ojos, sin erizarse, y volvió a mirar al frente. Le acerqué un granito de pienso, dejándole caer cerca del hocico. Movió los ojos hacia él, los movió hacia mí y volvió hacia él. Levantó la cabeza, lo olió y volvió a la misma posición sin mostrar más interés. Fue extraño. Estos perros no llegan saciados al trabajo. Me levanté, me situé ante él y me agaché. Diciendo su nombre le cogí del collar y al tirar comenzó a levantarse y a seguir la tracción de mi brazo, saliendo de la caja, pero con las cuatro patas todavía flexionadas para, rápidamente introducirse en la de al lado. Dejé transcurrir unos segundos y repetí la operación, ahora con más éxito. El perro quedó fuera y dejó que le acariciara, aunque siempre mirándome de reojo. Ponerle el bozal y la cadena fue cosa fácil. Aún no había emitido ni un ladrido.Al salir del cuartito no las tenía todas de mi parte. El perro sólo me miraba de reojo, con la cabeza agachada y las orejas más a menudo hacia atrás. Aunque nos encontrábamos al aire libre en un hábitat medio silvestre bordeando un canal de riego, yo no me atrevía a sacarle el bozal ni dejarlo ir sin correa (como sería lo habitual con mi compañera) por que el lugar es frecuentado por vecinos y yo sería responsable de todo lo que sucediera. De todos modos, le dejaba cuerda larga y no le apresuraba. Al principio, el animal no sabía muy bien qué hacer. No olía, se alejaba, me miraba, miraba alrededor. De vez en cuando le dejaba caer algo, pero nunca lo olía. Yo siempre me movía poco a poco y nunca me dirigía de forma directa hacia él, mas bien le pedía su permiso cada vez que le quería acariciar o interrelacionar de alguna otra manera con él. Al llegar a un espacio más sombrío aproveché para hacerle un cepillado. Ya sabía cómo tratarlo para que se sintiera respetado. Primero me acercaba haciendo una pequeña vuelta, sin mirarlo directamente, cuando estaba a su lado giraba un momento la cabeza antes de mirarlo directamente y no mantenía la mirada fija mucho rato seguido. Dejé que oliese el cepillo y empecé la sesión: el cuello, el lomo, el pecho ... poco a poco, mientras el cepillo hacía su función tirado por mi mano, el perro me miraba, como dudoso al principio, parecía que no tenía muy claro si aceptar esta pequeña satisfacción (esto es un criterio muy subjetivo), pero finalmente se soltó. Al finalizar parecía ya más relajado, se dejaba llevar más por la correa y se acercaba cuando le tiraba un poco. No hace falta que diga el grado de satisfacción que me estaba otorgando, pero esto no es más que el comienzo.Normalmente, estos paseos acababan sobre un cubo lleno de agua antes de empezar el trabajo. Como fuimos los últimos en llegar, el agua que quedaba no era de recibo por lo que, después de vaciar y lavar el cubo lo rellené de nuevo. Mientras hacía toda la operación el perro miraba entre curioso y desconfiado. Ya lleno el cubo le tiré un poco de la correa para que se acercara pero me ofreció resistencia, así que no insistí: si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma. Tomando un poco de agua con la mano se la acerqué al hocico. No sacó la lengua pero yo le dejé chorrear el agua por el hocico una y otra vez (por entonces hacía un calor y un bochorno bestial), remojando el cuello, el pecho ... Era uno de esos pastores alemanes con las comisuras del belfo caídas, con mucha materia reseca mezclada con pelos y hojas pegadas. Le pasé agua con la mano hasta dejarle todo limpio y continué remojándole hasta que quedó empapado y refrescado (qué envidia me daba en aquellos momentos tan calurosos). Ya finalmente se acercó solo al cubo para lamer el agua y al terminar de beber se sentó sobre los muslos y respirando con la lengua fuera me miró directamente. Me contuve las ganas de darle un abrazo. Sólo le hice una sonrisa, le achiné los ojos y le hice una caricia en la cabeza, que recibió con un gesto, levantando el hocico. Volviendo a ponerle el bozal nos dirigimos al lugar de trabajo.Puedo decir que tuvimos suerte. El mío es un servicio con frecuentes amenazas para templar la resistencia al estrés que, en el caso concreto de X sin duda era totalmente nula, pero los indios nos dejaron tranquilos aquella tarde. El primer lugar donde teníamos que hacer presencia permanecía sin amenazas a la vista. El calor les mantenía alejados de las calles y yo pude aprovechar para aumentar mi relación con el perro. Nos adentramos en un cuarto sin techo de unos 12 ó 15 m2 con un transportín para guardar los perros cuando vamos a comer. Al abrir la puerta del cuarto y entrar dentro, X se fue hacia el transportín directamente por iniciativa propia. No le dije nada. Él entró en la caja y se tumbó esperando que le cerrara la puerta. En vez de eso me fui al otro extremo y me senté en unas escaleras de piedra. Muy pocos segundos pasaron para que X saliera de dentro del transportín y se estirase en una esquina cercana a mí. Le ofrecí un granito de pienso con la mano. Me miró de reojo (como casi siempre) pero no movió su cabeza. Acerqué más la mano y, con ello conseguí que me mirara directamente, pero nada más, una simple levantada de cabeza y volvió a su estado de reposo ausente. Finalmente terminé tirándole el granito cerca de la nariz y lo olió unos momentos, como obligado por las circunstancias, para dejarlo en su sitio sin más. Pensé que quizá no le gustaba. Bueno, tenía más variedades para probar, y repetí con una y con otra y otra. Varié el sistema, desperté su atención jugando con el alimento hasta que la curiosidad lo levantó y lo acercó hasta la comida, que tampoco tomó. Finalmente ya sólo me quedaba una última alternativa que sabía que no rechazaría. Un palet tierno de pollo y arroz. Lo partí en pedazos. Le tiro uno a su lado. Lo huele y de un golpe se lo mete dentro de la boca. ¡Bueno, ahora sí!. El próximo trocito un poco más lejos, tuvo que mover la cabeza. El siguiente, las patas delanteras, luego las traseras, y los últimos me los cogió de la mano. Otro éxito.Después salimos e hicimos nuestra presencia en los diferentes lugares programados. No le acariciaba más que de vez en cuando. Quizá me equivocaba pero creí que no quería demasiada dulzura. Paseaba a mi lado y venía si decía su nombre calmado con la boca abierta y la lengua fuera. Ya estaba bastante satisfecho.En uno de los lugares donde hacíamos presencia coincidimos con uno de los encargados de la empresa. El X se puso a ladrar y a gruñir. No hice más que ponerme en medio simulando un bostezo y poniéndome en cuclillas mientras la acariciaba. Al principio funcionó.- Es el X? -Preguntó el encargado- Sí- respondí- Yo no sé que tengo con este perro pero desde el primer día que lo encontré me ladra y quiere morderme. No lo dejes porque si puede me come- No será para tanto- Ya te digo yo que sí. Mira hará ya unos años que nos encontramos y, como te digo, desde la primera vez, nunca ha dejado de acosar me.- X, guapo, que yo soy amigo-gritó el encargado y yo pensé: vamos mal- X, bonito-gritó con más fuerza y agachándose a la altura del perro mirándole los ojos continuó gritando:- Que no me conoces? -Ahora vamos peor continúe pensando.Estuvimos un tiempo largo con este encargado, en el mismo lugar y en otros que también coincidimos y, ciertamente, X siempre le ladraba y quería echarsele encima. Sin embargo estaba seguro que era una situación superable. Una vez que quedamos los tres solos, intenté hacerlo con las señales de calma. El X le ladraba, tiraba de la correa ... y el pobre encargado se limitaba a aparecer sólo lo indispensable. Una de esas veces, el encargado alejado unos metros y el perro sin perderle ojo, le dije:- Sin mirar el perro ven a mi lado, pero haz un rodeo por delante nuestro, no vengas directamenteYo estaba de pie y el perro sobre las cuatro patas justo delante, la cabeza girada hacia el encargado, quien, cinco o seis metros a mi izquierda comenzó su desplazamiento haciendo una circunferencia para situarse junto a mí a mi derecha. La cabeza del perro seguía el movimiento del encargado y sus músculos temblaban erizando los pelos. En su movimiento ya había superado el cenit de nuestra posición cuando X no pudo aguantar más y empezó a ladrarle.- Quédate quieto-el encargado detuvo su desplazamiento- Ahora gírate de espaldas, yo ya aguanto el perro-el encargado volvió su cuerpo ofreciéndonos la espalda.El X silenció sus ladridos. Sentó las posaderas en el suelo. Abrió la boca y empezó a dejar transpirar su lengua.- ¿Qué hago ahora? –Preguntó- El perro se ha sentado, vuelve a girar y termina el círculo que estabas haciendo y ponte a mi lado.Dicho y hecho, y el animal sin decir nada. Y ya situado a mi lado, el encargado alargó su mano sobre la cabeza del X, y le comenzó a acariciar mientras mi compañero transpiraba tranquilo sentado con la boca abierta.- Es la primera vez en los años que conozco a este perro que puedo tocarlo.Bueno, el resto del día transcurrió tranquilo, con buena relación. El perro volvió a ladrar al encargado pero ya habíamos roto una barrera. Finalmente atacaron los indios en una escaramuza y pusieron loco al X, pero no hubo sangre y puedo decir que fue uno de los días más maravillosos de mi vida.Otro día os cuento otra de estas experiencias.Honori-Lluís Garcia I Sabariz.Fuente: http://www.nosinmiperro.net/t579-una-experiencia-maravillosa-traduccion-al-castellano-de-honori-lluis-garcia-i-sabariz#5002 |