|
Publicado: Wednesday 24 de November de 2010, 00:27
Se llamaba Jack, y esperaba pacientemente en el corredor de la muerte. No entendía qué estaba haciendo allí, rodeado de los llantos y gemidos de otros que eran como él. No sabía por qué un buen día, después de un trabajo bien hecho, tal y como le habían enseñado, llegaron unos hombres y lo agarraron con un lazo, cubriendo su enorme bocaza con un bozal, para llevárselo a aquel lugar. No sabía que le habían acusado de asesinato.Jack era un Rottweiler el cuarto Jack que había pertenecido a su dueño, y el cuarto en sufrir el mismo destino que sus antecesores de igual nombre. Era muy grande, sesenta kilos de masa muscular y potencia similar a la de un toro. Sobre todo, Jack era un guerrero, un soldado despiadado y feroz, adiestrado para matar. No sentía cariño ni simpatía por los hombres, pues eran el enemigo a batir. Así le habían enseñado, y así debía ser.Su misión, guardar y proteger, aún cuando eso le costase la vida. Su disciplina férrea. Con él no valían trucos. No se le podía engañar con una perra en celo porque estaba castrado. Tampoco aceptaba comida que pudiese estar envenenada. No caía en trampas. Era un soldado, su misión toda su vida, en mente su objetivo, guardar y proteger. Y lo hacía bien. Desde cachorro despuntó por su innata capacidad para el trabajo y el aprendizaje, y por eso fue escogido de entre sus hermanos. Hijo de una guerrera, Jack era infalible y eficiente. El aprendizaje fue duro, los golpes constantes, el dolor intenso para arrancar en él a aquella bestia salvaje, feroz y ancestral que llevaba dentro, herencia de sus ancestros los lobos. Convirtieron a un cachorro seguro de sí mismo, en un auténtico guerrero, un molosso de guerra, un perro de guarda. Le enseñaron a dar la alarma. Le mostraron los puntos vulnerables del cuerpo humano y le obligaron día tras día a morderlos y desgarrarlos. Sobre todo, le mostraron quién sería su amo, la única persona a la cual debía servir, el único al cual no tenía que matar.Cuando su adiestramiento estuvo completado, lo llevaron a una fábrica y lo encerraron en un corral. Allí esperaría durante el día, completamente solo, aislado en una esquina donde sus ladridos no pudiesen molestar a los trabajadores. Por la noche, suelto, patrullaría el perímetro de la fábrica. Guardar y proteger. Guardar y proteger. Esa era su misión, ese era su único objetivo en la vida. Para eso le habían adiestrado, porque Jack era un soldado, un guerrero, un policía de gatillo fácil.Así fue día tras día. Mes tras mes. Año tras año. Así fue hasta ese día. Jack, un Rottweiler de 5 años y 60 kilos de masa muscular y potencia mandibular, escuchó un ruido. No ladró. Se acercó a ver de qué se trataba y sus ojos, más adaptados a ver en la oscuridad que los de los hombres, vieron a dos jóvenes saltar la verja. Guardar y proteger. En silencio, como una sombra de muerte, Jack corrió hacia ellos, con el ronco gruñido retumbando en su garganta. Antes de que los chavales supiesen qué estaba ocurriendo, Jack estaba sobre el primero de ellos, su fuertes colmillos cerrados en el brazo. Los alaridos de dolor de uno, el llanto de miedo del otro, el gruñido atronador de Jack, se entremezclaron en una confusa batalla donde los contendientes eran solo tres. El perro arrastró al chico al suelo mientras que el otro intentaba infructuosamente que soltase a su compañero, pero sus patadas fueron como caricias para Jack, que estaba acostumbrado al dolor. Solo soltó un momento, y fue para abalanzarse contra el otro enemigo. Guardar y proteger. Sus colmillos se cerraron en la garganta y desgarraron arterias y venas cuando los 60 kilos de perro arrastraron a su enemigo al suelo. Despiadado, eficiente, feroz, se ensañó con sus enemigos, desgarrando, destrozando, mordiendo y arrancando carne y piel. La sangre manando, su cálido sabor metálico inundando su boca, enardeciendo aún más sus ansias asesinas. Los gritos enmudecieron, las sacudidas y los intentos de fuga cesaron, y Jack paró, observando jadeante a sus enemigos derrotados.Al día siguiente, Jack recibiría a su dueño moviendo el rabo, mostrando con orgullo su pecho y hocico ensangrentado. Su dueño estaría orgulloso de él, había sido un buen perro, había guardado y protegido el territorio encomendado. Había cumplido su misión, para la cual fue adiestrado y entrenado sin descanso, para la cual trabajó noche tras noche sin desfallecer, hiciese frío o calor, lloviese o nevase.Pero no estaba contento. Jack lo supo al momento, cuando vio su cara, su rigidez corporal. Cuando empezó a gritarle y a pegarle con golpes que ya no dolían. Lo encerró, Jack no intentó defenderse. No comprendía nada. No tardaron en venir personas de uniforme, coches, ambulancias. Los olores, los sonidos, alteraron aún más a Jack, que sentía la necesidad de seguir trabajando, de guardar y proteger a su dueño y territorio tal y como le habían enseñado. Ladraba con fiereza, embestía la verja cuando los policías y los de servicios municipales de recogida de animales se acercaban. Era un perro peligroso. Era un perro violento. Tiene que ser sacrificado, repetían una y otra vez.Finalmente entró su dueño y le puso un bozal. Cogieron a Jack con un lazo, lo metieron en un furgón y lo llevaron a la perrera. Y allí esperaba, solo, como siempre había estado, metido en una jaula, esperando pacientemente.Jack sabía que iba a morir, y no entendía por qué. Había guardado y protegido. Había cumplido la misión para la cual fue adiestrado. Había hecho lo que habían pedido de él. Era un soldado, un guerrero entrenado para matar sin piedad, para ser disciplinado, trabajador infatigable, policía raudo y eficiente. Jack había sido un buen perro. |